Querida comunidad Parroquial de Santa Teresita: es oportuno no dejar pasar lo intenso y ungido que fueron estos días de Semana Santa, que a manera de regalo de Dios, me ha tocado compartir con ustedes. Está unción e intensidad me mueven a compartirles más que “unas palabras», una «experiencia de Dios en nosotros»… En primer lugar: para un Misionero de la Familia es muy importante la comunidad, por ello compartir con los hermanos Ricardo y Mario y el Padre Agustín, es el primer y gran regalo: la comunidad no sólo está llamada a «hacer cosas», «misionar», «atender la parroquia» sino sobre todo a ser-familia, para que el amor de aquel a quien celebramos en su «Pasión, Muerte y Resurrección» se haga palpable en el «miren cómo se aman» de la comunidad. En segundo lugar: El hecho de vivir juntos, no tanto el «hacer» –que implica preparar las ceremonias y todo lo que vivimos– sino el poder experimentar la necesidad de amor de Dios junto a ustedes. El amor de Dios es un amor de compasión, es decir, un amor que quiere ser-con-el-otro; ser con el otro en sus sufrimientos, en sus pecados, en sus debilidades, en la sed de Dios… Vivimos en tiempos en que «allí o aquí» se nota más la «sed de Dios y la urgencia de restaurar los templos del Señor en las vidas de las personas»… Y esta comunidad, como parte también de la sociedad, de una ciudad concreta, no es la excepción. HAY SED DE DIOS Y URGENCIA DE RESTAURAR LOS TEMPLOS SANTOS DEL SEÑOR EN SUS VIDAS» En tercer lugar: Estamos llamado a vivir muy intensamente lo mismo que rescataba en las palabras de despedida: una comunidad orante –esto es que cada uno crezca en la oración, en el dialogo con el Señor–; una comunidad que al estilo de María, la hermana de Marta y Lázaro, esté a los pies del Señor para escuchar la Palabra que sale de su boca. Leer la Palabra de Dios en actitud de profunda escucha; acercarse a la reconciliación, convierte a la comunidad en un lugar donde se genera la necesidad de dejarse abrazar por el Padre del Cielo: una comunidad que viva el misterio de la Eucaristía. Esto nos llevará a encontrar la fuerza de Aquel que celebramos en su «Pasión, Muerte y Resurrección» obrando en nuestros templos en ruinas, templos necesitados de reparación. En cuarto lugar: esta Semana Santa nos ha dado la posibilidad de vernos y sentirnos como «templos necesitados de reparación», que después de las circunstancias de la vida, están heridos, sacudidos, quebrados, manchados… y quizá también podemos acostumbrarnos a ver nuestro templo así, roto, agrietado, tal vez sucio, pero sin tomar conciencia de que hay disponerse a acomodarlo para celebrar más «plenamente lo que el Señor da para alcanzar a crecer en la vocación del amor» Para finalizar: todo esto que he compartido, significó para mí, un despertar a la misma necesidad… No debo acostumbrarme a ver los escombros, a ver las manchas, la necesidad de reparación y no implorar al que resucitó, ¡Y RESUCITA! en nosotros lo que está muerto: Relaciones y vínculos familiares, entre hermanos, falta de perdón, heridas ocultas, el pecado… Todo esto que al estar en los templos, no permiten construirlo… ¡Llevarlo a término! Nuestras vidas pueden tener ya las estructuras de templos, pero puede que aún falte mucho para terminarlos y ser lugar de acogida para la propia familia, para los hermanos, para muchos que buscan lo mismo que todo ser humano busca: saberse amado, pero no por cualquier amor, sino POR EL AMOR DE CRISTO RESUCITADO. ¡FELICES PASCUAS DE RESURRECION! p. Adrián Cuello, SMF (Homilía Domingo de Pascuas en Orán, Salta, Argentina).
- Categoría de la entrada:Creciendo Juntos
- Publicación de la entrada:10 abril, 2018