La misión es un mensaje profético para el mundo, es la voz que recuerda que tenemos un Salvador que nunca nos ha olvidado, que siempre nos espera… que aún tiene el costado abierto, y en él, un lugar para nosotros.
Los modos de vivir la Semana Santa La Semana Santa es la bien llamada Semana Mayor para la vida de la Iglesia y de todo cristiano. En esta Semana se renuevan los misterios de nuestra Salvación: Celebramos el Amor Redentor que ofrece el Verdadero Sacrificio en la Cruz y nos hace partícipes del sacerdocio real en la Institución de la Eucaristía y la comunión eclesial; celebramos también la Resurrección que es Cumplimiento de la Promesa para el Pueblo, y vida nueva para cada fiel que se injerta a la Iglesia en el costado abierto de Cristo. Celebrar la Semana Santa es, en definitiva, celebrar al amor divino que nos libera y nos vivifica. Ahora bien, si nos ponemos a contemplar, son diversos los modos en que se vive la Semana Santa: en algunas ocasiones, es más una expresión cultural que espiritual de fe. Para no pocas personas hablar de esta fecha, es hablar de un feriado largo más, sin descubrir a profundidad el auténtico sentido de estos días que, con mucha razón, son llamados santos. En otros casos, el triduo pascual se presenta como la obligación moral de asistir a un templo, al menos como la única ocasión en el año; y en los lugares donde la religiosidad popular es muy marcada, Semana Santa es sinónimo de fiesta y tradición, de cultos solemnes y largas y elaboradas procesiones. Como común denominador entre todas estas realidades encontramos que los días de la Pascua del Señor son días “diferentes” al resto del año. Queda por ver si esta diferencia, fuese como fuese, cumple con el sentido cristiano –y aun judío– que dio origen a esta Semana. Veamos: Es cierto que en un mundo acelerado, que frecuentemente olvida a la persona y la dignidad humana, un día “feriado” se presenta como la oportunidad no sólo para un descanso sino para un encuentro con la familia, sin embargo, ¿es realmente así? Lo cierto es que la pobreza espiritual y humana de tantos, la falta de herramientas y de un cariño y búsqueda sincera del otro, hacen que este sea ¡un feriado más! que, como los otros, se presta al derroche del poco dinero que se tiene, y a la pérdida infructuosa del tiempo frente a un televisor. Siguiendo con aquellos que son conscientes de la obligación moral cristiana de participar de las celebraciones pascuales, tenemos que preguntarnos si el cumplimiento de esta obligación ayuda verdaderamente a un encuentro con Cristo, y a una consecuente conversión y renovación de la vida interior, o si es sólo un acto más dentro de un largo obrar, marcado por la ética kantiana del deber… ¿Se habrá logrado descubrir la mirada de Jesucristo, su palabra que invita al cambio, y sus brazos misericordiosos, con asistir solamente por obligación, a un templo inusualmente abarrotado de personas? Y aun suponiendo que sí, ¿acaso descubrirlo, no es ya una invitación ineludible para no dejarlo más? Finalmente están aquellos lugares de honda religiosidad popular en los que la sola preparación de un Via Crucis viviente suele tomar meses de preparación e involucrar a centenares de personas. Este y otros actos, además de ser prácticas religiosas se van volviendo parte de la identidad de un pueblo, y son un signo palpable de la evangelización de las culturas. ¿Podría reprochársele algo a este modo arraigado de vivir la fe? Tal vez no, o quizá poco, lo que es seguro es que siendo signos palpables de la evangelización son, por ello mismo, campo de acción de la Nueva Evangelización. ¿Nueva Evangelización? Sí, porque por más que se valore la riqueza cultural y comunitaria de tal religiosidad, no podemos olvidarnos que el Evangelio transforma a los hombres e impregna la cultura, pero jamás se reduce al modo de ser de determinado grupo de hombres, ni se agota en una cultura. Los pueblos con una larga tradición religiosa cristiana encuentran en no pocas ocasiones, dificultades para hacer comprender a las nuevas generaciones –y aquellos que comienzan a ser cristianos– el significado de lo que celebran; se les dificulta también dar espacio a modos renovados de vivir la fe, y es frecuente escuchar expresiones como “siempre se hizo así” o “antes era mejor” ¡Nada más contrario al espíritu siempre nuevo del Evangelio! Hasta este punto, hemos hecho una pequeña radiografía de nuestra sociedad, de nuestra Iglesia, de los modos diversos de vivir la Semana Santa… pero, ¿hay acaso otro modo? Tal vez un modo que ayude a que quienes tienen el feriado –que son todos– puedan vivirlo de un modo profundo; a que aquellos que van por obligación se sientan invitados a quedarse y a que aquellos que siempre están presentes, puedan renovarse, acoger al que se acerca y transformar su corazón. ¿Hay otro modo? ¿Cómo se vive? ¿Quiénes lo viven? Para estas preguntas son la respuesta que hoy presento: Las misiones de Semana Santa, particularmente las organizadas por la Obra Hogares Nuevos. Las misiones de Hogares Nuevos, respondiendo al carisma de la Obra –que nos llama a ser abiertos a la Iglesia, a través de un amor particular por las familias– y al llamado neoevangelizador y de Iglesia en salida realizado por san Juan Pablo II y el papa Francisco –respectivamente–, se insertan en las más variadas realidades sociales para realizar aquello que el mismo Jesús realizó: predicar el Evangelio a cada uno, a través de un encuentro personal, sincero y transformante, que se concreta en la visita realizada casa por casa a todos los habitantes de un determinado pueblo o barrio.
Encuentro y diálogo con el hermano La palabra Encuentro, es un término que en la vida de la Obra tiene una gran carga conceptual. Cuando hablamos de Encuentros, no sólo nos referimos a actividades por realizar –como tristemente, en algunas ocasiones, se reduce la expresión–. El encuentro es un encuentro de personas, de un Yo y un Tú, es decir, se realiza cuando dos seres –diferentes y ajenos entre sí– establecen un vínculo y se disponen a dar y recibir mutuamente algo de sí. Por ello, quien no tenga claro el valor de la persona humana, o quien sea incapaz de reconocer al “tú” más allá del propio yo, no podrá jamás encontrarse con nadie. Poniendo la reflexión en positivo, afirmar que en la misión nos encontramos con el hermano, es decir que, ante todo, nos damos la oportunidad de tratarnos como pocas veces en la cotidianeidad de la vida o el trabajo contemporáneo se da el trato: Nos tratamos como lo que somos, como personas. Los misioneros tocamos la puerta, y somos recibidos no como extraños, o simples ofrecedores de tal o cual producto: somos recibidos como mensajeros del Señor. Las personas que nos reciben, descubren en nosotros –vasijas de barro– un tesoro que el mismo creador ha dispuesto para ellos. En respuesta, ya sea tomando un mate caliente, un tereré, o simplemenete un vaso de agua fresca, ellos experimentan el cariño que viene de Dios cuando les preguntamos ¿Cómo estás?, ¿Qué sientes? ¿Cuál es tu miedo? …te invitamos: súmate a las celebraciones de la capilla. La alegría sincera brota de su corazón entusiasmado; en muchas ocasiones, la visita que hacemos a su casa, representa para ellos la oportunidad de decir aquello que jamás han podido expresar a nadie, y de este modo se establece un diálogo no entre visitante-visitado, sino entre el corazón de cada una de las personas que nos encontramos y la Palabra de Dios, que habla a la realidad de cada uno. Es importante subrayar que el diálogo con el hermano no consiste en un intercambio de palabras sobre temas superfluos, sino que surge, como hemos dicho, de la Palabra de Dios: es la Palabra la que invita a romper con el miedo, a dejarse abrazar por el amor, a volver a llenarse de esperanza, a dar nuevamente espacio a la fe que había permanecido dormida ¡a nacer del Espíritu para una vida nueva! Y así, cuando el encuentro acaba y tenemos que llegar a la casa siguiente, comprendemos que lo que ha ocurrido no es una experiencia humana sino divina, de la que todos hemos sido instrumentos para una edificación mutua: todos hemos sido misioneros… todos hemos sido misionados. En verdad, la misión es un modo muy particular de vivir la Semana Santa. Es darse la oportunidad de ser instrumentos del Señor y de hacer que muchos otros lo sean. Vivir los misterios pascuales en calidad de misionero permite llegar a la casa de aquel que está viviendo un día más, y dejarle, por pequeña que sea, una experiencia diferente. También dado que se anima de un modo particular las celebraciones, se genera un clima propicio para que aquel que va por primera vez, se enamore de la comunidad. Y, por último, con aquellos que siempre están, se genera un vínculo y establece un contacto, que permite un acompañamiento prolongado, no sólo durante la Semana, sino a lo largo del año. Encuentro y diálogo con el mundo Por supuesto, no en todas las casas el Evangelio es igualmente recibido. La misión, en mayor o menor medida, también se encuentra con aquellas realidades ajenas a la Iglesia –y es más, anti-eclesiales–. Evangelizar estas realidades ¿Será un fracaso? ¿Un tiempo perdido? Claro que no, porque las mismas, que son alimentadas por ideologías materialistas y expresamente ateas, no sólo nos hacen contemplar la creciente paganización del mundo, sino que también nos dan una oportunidad para que la fe se mida –y triunfe siempre– ante tales o cuales sistemas reduccionistas ya sea de la revelación, ya sea de la persona humana. Por lo demás, estas realidades son un constante desafío, que nos llama a anunciar de un modo siempre renovado, creativo y dinámico el Evangelio de Cristo, que es ante todo, un Evangelio de vida nueva, que colma cualquier corazón humano porque no está escrito con palabras muertas sino con la Sangre viva de nuestro Redentor resucitado. De este modo, la misión es también un mensaje profético para el mundo, es la voz que recuerda –ante las corrientes que buscan la perdición humana, o una auto-salvación– que tenemos un Salvador que nunca nos ha olvidado, que siempre nos espera… que aún tiene el costado abierto, y en él, un lugar para nosotros. Y tú… ¿Cómo vivirás tu próxima Semana Santa?