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Mi encuentro con Jesús

Decir que me acuerdo cuando comenzó mi vida con Cristo la verdad seria mentirles, porque si soy sincera no lo sé, lo más lógico es que les dijera que mis primeros pasos con Cristo comenzaron cuando mis papás decidieron bautizarme cuando tenía menos de un año y en teoría si es así.

Pero la verdad no recuerdo eso, aunque si recuerdo que, desde pequeña, Cristo ha estado presente en mi vida y en mí familia, por ejemplo, recuerdo ver a mi mamá yendo a misa todos los domingos a la capilla que queda cerca de mi casa o a veces me tocaba acompañar un día de la semana junto a mi vecina a limpiar la capilla.

La mayoría de las veces las acompañaba, y no recuerdo hacer mucho, solo me sentaba a mirar como limpiaban, o molestaba a mi mamá

También recuerdo ir a las misas de navidad y alguna que otra, aunque en verdad no era muy fanática de ir, las encontraba aburridas, no entendía de lo que hablaban, encontraba que duraban horas y horas y casi siempre no veía a ningún niño.

Luego crecí un poco un poco más y mi mamá me inscribió para hacer la primera comunión, iba todos los viernes a la capilla para reunirme con los demás niños que se estaban preparando para esta.

Ahí empecé a entender un poco más, empecé a ir un poco más a misa por mi cuenta y no fue necesariamente porque el niño que fuera más veces a misa y tuviera más firmas en su libreta iba a recibir un premio.

Además, participaba más y hasta actué de pastor en la misa de gallo.

Cuando ya estaba preparada llegó el día de mi primera comunión y esta vez sí estaba consciente, podía caminar yo sola y no necesitaba que nadie me sostuviera en sus brazos, ese día decidí acercarme al altar y recibir por primera vez el Cuerpo y la Sangre de Cristo y me comprometí a seguirlo fielmente en mí día a día

Desde ese día empecé a rezar todas las noches, a ir a misa no por obligación sino por gusto, aunque admito que aún me aburrían un poco, pero sentía que algo me faltaba, hasta que con mi familia nos unimos a esta linda comunidad o más bien familia de Hogares Nuevos. Desde ese momento yo creo que fue como si todo tuviera mucho más sentido, era todo mucho más entretenido, empecé a compartir con más gente, con más niños, a hacer más cosas, participar en más actividades.

Así llegaron mis primeros encuentros, aunque me gustaría haber podido entrar más pequeña para vivir el crecer y completar toda la lista, pero a pesar de eso, todos los disfruté mucho, tanto así que siempre quedaba con las ganas de que se hiciera el siguiente para poder vivirlo, yo creo que desde ese momento pude confirmar realmente que Cristo está con nosotros en todo momento aunque no lo podamos ver, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.

En los momentos de alegría, en cada risa, en cada logro, en los momentos tristes, cuando nos sentimos solos o cuando simplemente no sabemos qué hacer.

Ahí decidí que yo quería seguir mi camino de la fe y quise realizar mi confirmación, no porque mi mamá me hubiera inscripto ni nada, sino que porque yo quería, yo quería renovar mi compromiso de ser discípulo de Jesús en el mundo y defender mi fe.

La vida con Cristo desde la infancia hasta la adolescencia no es fácil, es un viaje de descubrimiento, crecimiento, de formación, de dudas, aprendemos a vivir nuestra fe de manera más consciente y comprometida.

A medida que crecemos, nos enfrentamos a desafíos, a preguntas, en algunas ocasiones buscamos cómo encajar en la sociedad.

Buscamos cómo encajar nuestra fe en el mundo que nos rodea, o eso a veces pensaba yo, a veces me sentía rara por decir que iba a misa cuando ninguno de mis amigos iba o cuando tenía que faltar a algún cumpleaños por participar en un encuentro, cartilla, jornada, etc.  pero al final me di cuenta que no era la única y que habían miles de jóvenes más como yo y créanme cuando les digo que los hay porque lo puede comprobar yo misma cuando participé en mi primer congreso desde el primer momento quedé sorprendida, nunca había visto a tantos niños y jóvenes reunidos por un mismo motivo, y a pesar de no ser una de las personas más sociables del mundo.

Así logré conocer y conversar con gente de distintos países, gente con la que nunca había compartido, pero al hablar con ellas se sentían muy cercanas, como si las conociera de toda la vida.

Cada trabajo en grupo, cada testimonio, cada charla, cada misa, cada canción te hacían darte cuenta de lo afortunado que eras por tener la oportunidad de estar en el momento justo y el lugar adecuado, donde abundaba el amor y la alegría de vivir con Cristo.

En ese viaje reforcé y profundicé mi fe en Cristo, pero además aprendí muchas cosas, aprendí a cultivar la paciencia y la tolerancia, que todas las cosas pasan por algo, que en algunas ocasiones tenemos que perder algunas cosas para ganar otras, pero si se trata de Dios en verdad no perdemos nada, porque él siempre tiene mejores cosas preparadas para nosotros, no debemos dejar que el miedo se convierta en el primer sentimiento que reine nuestro corazón, no debemos dejar que nos paralice, ni nos estanque.

Pero también al estar ahí y escuchar al padre Ricardo Facci en su primera charla, todo cobró un poco más de sentido, él dijo: “muchos desean ser hijos de hogares nuevos, gran belleza que nos ha regalado el señor, la posibilidad de tener un hogar nuevo, no porque los miembros sean perfectos, sino porque somos conscientes de que cristo habita en cada una de nuestras familias.”

“Es algo maravilloso encontrar un ámbito de contención, de comunidad cristiana, de jóvenes que buscan alcanzar los mismos ideales, ser parte de una multitud que sigue a Cristo, pero no sumergida en un anonimato, sino reconocido cada uno desde su nombre, desde su ser, siendo acogido y aceptado por sus hermanos, en definitiva esa es la belleza de ser un hijo de hogares nuevos.”

“Esta belleza es concreta, porque nosotros los hijos somos la esperanza de la iglesia y somos también la esperanza de hogares nuevos, nosotros somos los guardianes de la llama en este mundo.”

Me sentí afortunada de poder ser parte de Hogares nuevos, porque tal vez de no ser así, no sería la persona que soy hoy, tal vez no tendría la misma fe, no tendría a Cristo presente en mi vida o no de la misma manera.

A medida que crezco y al pasar los días reafirmo que el tener a Cristo presente en mi vida no es un sacrificio, sino que es un privilegio, me siento privilegiada de poder decir que a los 18 años me siento acompañada cada día por ÉL y no voy a venir a decir aquí que yo soy un ejemplo para ustedes o que cada vez que puedo voy a misa, porque la verdad no es así, también en algunos momentos mi fe tiene sus altos y bajos, pero a pesar de eso siempre estoy acompañada.

Él me ofrece su amor incondicional, me direcciona, me da tranquilidad en los momentos donde nada me calma, me acompaña en cada paso importante de mi vida.

En esta etapa de mi vida en la que cada vez me hago más adulta y voy enfrentando nuevas oportunidades y desafíos ÉL es mi mejor amigo, ofreciéndome fortaleza y esperanza en medio de los desafíos y las incertidumbres que pueda enfrentar.

Fuente: Fernanda López Leal

Cauquenes Chile