La familia es un santuario de vida, por la gracia de Dios está llamada a la fecundidad. El matrimonio cristiano acoge la vida como Don de Dios, es colaborador e intérprete de la bondad y la fecundidad de Dios.
Tiene la función determinante e insustituible en la promoción de la cultura de la vida. Es comunidad de amor y vida.
En virtud del sacramento del matrimonio, los esposos asumen la misión de ser testigos y anunciadores del Evangelio de la Vida.
La familia contribuye al bien de la sociedad ejerciendo la paternidad y maternidad responsable. Colabora en la obra creadora de Dios dando una generosa acogida a la vida, según las condiciones físicas, psicológicas, económicas y sociales propias.
La paternidad responsable implica el rechazo de la esterilización, el aborto y los métodos contraceptivos, delitos y desorden moral contra la vida, y promueve la abstinencia en periodo de fertilidad, como método anticonceptivo.
Una paternidad responsable no supone, asimismo, el derecho al hijo. Esto excluye las técnicas de reproducción asistida como donación de espermas o maternidad sustituta, técnicas de laboratorio que separan el acto unitivo del fecundativo y dañan el derecho del niño por nacer.
La procreación tiene una dimensión espiritual por naturaleza y porque la vida se inicia y termina en Dios.
Servir al Evangelio de la Vida exige que los laicos participen en organizaciones sociales que promuevan y defiendan la vida desde la concepción hasta la muerte natural.