El pasado 25 de Mayo, con motivo del ducentésimo octavo aniversario del día de la Patria, Monseñor Mario Cargnello, arzobispo de Salta, pronunció una homilía en defensa de la vida, en respuesta al proyecto de ley sobre el aborto, titulado la “Interrupción Voluntaria del Embarazo” que se está debatiendo en el Congreso Argentino. Como Hogares Nuevos – Obra de Cristo, presentamos íntegramente la homilía para su difusión y reflexión.
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Catedral de Salta, 25 de mayo de 2018
Rm 12,9-18; Sal 99,1b.3-5; Mc 10,41-45 Queridos hermanos: También este año de 2018 nos reunimos para agradecer a Dios el regalo de nuestra patria. La celebración del ducentésimo octavo aniversario del primer grito de libertad nos reúne, nos permite experimentar que pertenecemos a una patria, a una nación y la mirada se eleva a Dios, fuente de toda razón y justicia, para pedirle que la proteja, que dé prudencia sabia a los gobernantes y honestidad a todos los ciudadanos. Mayo nos recuerda un proyecto de Nación, el proyecto original basado en una conciencia de libertad, fruto de la madurez de los pueblos que querían ser responsables de sí mismos. Han pasado más de dos centurias desde entonces. Hoy sigue golpeando las puertas de nuestras conciencias el llamado a ser libres y dicho llamado se encuentra con el grito de la vida, de la vida humana, de la calidad de la vida humana para todos, desde la concepción en el seno de la madre hasta su muerte natural. Se ha instalado en la sociedad el debate sobre el aborto. El proyecto de ley presentado, titulado Interrupción Voluntaria del Embarazo se muestra como defensor del derecho de la mujer a decidir voluntariamente la interrupción de su embarazo. Se argumentó desde datos estadísticos que el debate demostró erróneos o imprecisos, ¿tendenciosos tal vez? En paridad de condiciones, se muestra al niño inocente e indefenso en el vientre de la madre casi como un agresor. Se ha presentado dicho proyecto como una respuesta al clamor de las madres más pobres o vulnerables. El proceso del debate nos muestra que la realidad no es la que fue pintada. El número anual de abortos en la Argentina es mucho menor que el presentado, la mortalidad materna vinculada con el aborto también es menor aún en relación con otras causas obstétricas. Por otra parte, “se ha constatado que el aborto inducido asciende constantemente luego de la despenalización y que el aborto a demanda se vincula a la economía del país. En el mundo en general, cuanto mayor son los ingresos de la población, más aumentan los abortos a demanda”[1]. Por otra parte, mujeres humildes nos han recordado que es precisamente en el mundo de los más pobres donde se construye, generalmente, verdaderos pesebres sencillos pero ricos de amor que acogen al niño que nace. La Iglesia se ha pronunciado con mucho respeto y esa actitud es la que mantiene a lo largo de este proceso de escucha que culminará con el debate parlamentario. Con ese respeto quiere anunciar la verdad del valor intangible de la vida humana desde la concepción en el seno materno hasta su muerte natural. El Concilio Vaticano II, que puso en el centro de su atención a la toda persona humana para dirigirse a él con el amor del Buen Pastor, afirma: “La vida, desde su concepción, ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio, son crímenes abominables”[2]. Es que la vida “es regalo gratuito de Dios, don y tarea que debemos cuidar desde la concepción, en todas sus etapas, y hasta la muerte natural, sin relativismos”[3]. En este camino de escucha que vive el país, la autorizada palabra de organismos científicos y jurídicos nos ha recordado que desde el momento de la concepción vive en el seno de la madre un ser distinto de ella, que depende totalmente de ella y que está llamado a nacer para convivir con ella, con su padre, con su familia. Profesionales del mundo de la jurisprudencia nos han recordado el marco constitucional que defiende la vida humana. “La ley 23.849 al aprobar la Convención sobre los derechos del niño en su artículo segundo declaró que el artículo primero de ese instrumento internacional debe interpretarse en el sentido que se entiende por niño todo ser humano desde el momento de su concepción y hasta los 18 años de edad. Ninguna norma del Congreso Nacional puede alterar el contenido de la Constitución Nacional en cuanto protege a la persona humana desde la concepción.”[4] La Iglesia no teme, es más pide, aceptar el diálogo entre la fe, la razón y las ciencias. Sin embargo, “mientras durante mucho tiempo se dijo que los principios éticos cuestionaban el avance de la ciencia, hoy es evidente que las ideologías cuestionan a las evidencias científicas”[5]. La Iglesia no ignora la dolorosa situación de las mujeres en situación de vulnerabilidad. A todos nos interesa que la mujer no muera por causa de los abortos clandestinos. A la Iglesia, más que a nadie, la preocupa acompañar a las mujeres o varones que sufren síntomas post aborto y busca caminos para hacerlo. Somos testigos del dolor de muchas mujeres presionadas hasta la pérdida de su responsabilidad en su decisión de abortar. Queremos estar al lado de tantas mujeres y varones que cargan la cruz de sus decisiones sin poder perdonarse a sí mismos. No hablamos desde la indiferente cátedra de un sabelotodo. Somos humanos. En esto, más que en muchas áreas de la existencia humana, la Iglesia es maestra porque es madre. Advertimos que la responsabilidad es compartida, muchas veces por la familia o los amigos que no acompañan o, incluso empujan agobiando a la mujer; cuando no por el varón que se desentiende frente al embarazo de su compañera; grava también la responsabilidad sobre legisladores, administradores de empresas sanitarias abortistas, responsables de favorecer esta mentalidad del permisivismo sexual, del menosprecio de la maternidad, del descuido de políticas familiares, de la indiferencia frente a la violencia de género, especialmente de la violencia sexual contra la mujer. Que se juzgue al violador y se lo condene, no al inocente. No son inocentes aquellos profesionales de la salud que buscando el lucro, no dudan en favorecer y actuar impunemente traicionando su juramento hipocrático. No ignoro que también somos responsables los pastores cuando no iluminamos con el Evangelio del Amor y de la Vida la realidad de jóvenes, de matrimonios, de personas que piden la luz de la verdad y el calor de la projimidad cordial que alienta a crecer según el proyecto de Dios. Afirmando todo lo que antecede no puedo callar que es injusto considerar un agresor al niño en el seno de la madre. Que el Estado estudie cómo acompañar a la mujer durante su embarazo, desde los diversos ámbitos de la vida social, desde la salud, desde la educación, desde políticas a favor de la vida. Despenalizar el aborto tiene el sabor de una condena a muerte de inocentes. El niño en el seno no es el victimario de la madre. Esta tierra de la libertad y de la generosa acogida a todos los hombres del mundo que quieran habitarla, ¿no podrá pensar como incluir a los niños que golpean, desde el seno materno, la puerta de esta tierra para decirle: “Recíbeme, soy un proyecto de Dios para ti, Argentina”? Salvemos las dos vidas. Esa es la consigna. Viene a cuento recordar, en esta ocasión, una enseñanza del Papa San Juan Pablo II: “Para los hebreos, como para otros muchos pueblos de la antigüedad, en la sangre se encuentra la vida, mejor aún, la sangre es la vida (Deut 12,23) y la vida, especialmente la humana, pertenece sólo a Dios, por eso, quien atenta contra la vida del hombre, de alguna manera atenta contra Dios mismo”[6]. No sucumbamos a la tentación prometeica de creernos dueños de la vida y de la muerte. ¡La vida es un don! ¡Debemos cuidarla! ¡Los que creemos en Dios sabemos que seremos demandados por Él acerca del cumplimiento sagrado de este deber! El recuerdo de los momentos fundacionales de nuestra patria nos pone delante de los argentinos que vivieron, que viven y que vivirán en esta Nación. El llamado de la historia, del presente y del futuro nos invita a trascender nuestros intereses y a dejarnos interpelar por Dios. Permítanme, los que se profesan creyentes en Cristo, recordarles la enseñanza del Papa Benito XVI: “El culto agradable a Dios… exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre el hombre y la mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas su formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar leyes inspiradas en los valores fundamentales de la naturaleza humana”[7] . Hace casi diecisiete años que rezamos al Señor de la historia, contemplando la imagen del Señor del Milagro, la oración por la patria. Todos los días decimos y nos comprometemos afirmando: “Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz”. Hoy los pobres son, por excelencia, los niños por nacer, que nos piden a los responsables: “Déjennos vivir”. Nosotros queremos ser su voz esta mañana. Mario Cargnello Arzobispo de Salta [1] UCA, Aborto, defensa de la vida de forma clara, firme y apasionada, pág.2 [2] CONCILIO VATICANO II, Constitución Gaudium et Spes –GS- 51 [3] DOCUMENTO DE APARECIDA, -A- 464 [4] UCA, La Vida Humana en la política, pág. 23. [5] EDUARDO QUINTANA, Doctor en Ciencias Jurídicas, en la XII sesión sobre el aborto. [6] SAN JUAN PABLO II, Encíclica “Evangelium Vitae”, 9 [7] BENITO XVI, Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis”, 83. Fuente: http://www.arquidiocesissalta.org.ar/novedad.php?id_noticia=1108