La familia es la primera escuela de virtud. Es insustituible en la educación de los hijos, en la transmisión de valores fundamentales para el desarrollo y ejercicio de una libertad responsable.
En el seno familiar, el amor guía toda acción educativa, así se genera lo mejor de los hijos por el amor.
La educación de la prole es un deber y un derecho de los progenitores. Es un derecho esencial, original y primario por la unicidad de amor. Es insustituible e inalienable.
Este derecho no puede ser cancelado por el Estado, por el contrario, debe ser promovido y garantizado.
Las familias tienen que elegir el instrumento formativo para sus hijos, incluso en materia religiosa y deben ser libres para hacerlo, sin soportar cargas que limiten esta libertad.
Hay que defender la educación integral en orden al fin último de la persona. Esto se asegura cuando se forma con palabras y testimonios, cuando se cultiva en el ámbito familiar la justicia y la caridad. El padre y la madre obrando conjuntamente emanan una autoridad creíble y sabia, orientada al bien integral del hijo. Aspecto no menos importante es la educación sexual que debe estar vinculada a valores éticos para lograr un crecimiento responsable de la sexualidad.